RELACIÓN ENTRE LA
POESÍA Y LA MÚSICA
Por
SULLY PRUDHOMME
En un
principio, la poesía y la música no estaban separadas, como lo prueba el uso de
la lira. Si queremos hablar con propiedad, la poesía era un canto. ¿Cómo ha
podido llegar a restringir sus recursos musicales, a repudiar el uso de las
notas?
Creo vislumbrar la causa de esto.
Creo vislumbrar la causa de esto.
Por esencia la música está consagrada a la
expresión puramente pasional y sentimental, y continua siendo impotente para
revelar la causa de las emociones que expresa. Únicamente el lenguaje puede
hacerlo, porque solo a él le es factible el explicar. En cambio, aunque significa
y define las emociones por medio de las palabras, no las expresa más que por
los movimientos que éstas comunican a la frase, los más expresivos de los
cuales proceden de la música.
Ahora
bien: ésta, con todos los medios de conmover de que dispone y por su poder
excepcional, tiende a usurpar y confiscar en beneficio propio esa atención tan
difícil de distribuir entre la atención y el entendimiento. Amenos que el
motivo del poema no sea muy concreto o, por el contrario, muy vago- una pasión,
un relato o un sueño- al oyente no le es posible sin un esfuerzo penoso no
perder nada de la percepción armoniosa que hace su encanto y, al mismo tiempo,
no tener que renunciar a una parte de la percepción intelectual que le
interesa. Esta partición mental se fue haciendo más necesaria y al mismo tiempo
más laboriosa a medida que el pensamiento adquiría más importancia en la vida
moral y que los sentimientos se complicaban, imponiendo al lenguaje una
sutileza y una tensión crecientes. Por último, el poeta se ha resignado a
sacrificar ciertos factores musicales y, ante todo, a separarse del canto por
la eliminación de las notas, que constituyen su fuerza más absorbente. Hace
mucho tiempo que la suerte deparaba al elemento verbal en la música vocal y en
el drama lírico- en los que solo sirve para rotular las situaciones sin que el
interés pasional se resienta de ello- demuestra hasta qué punto la tiranía de
la expresión musical exigía tal sacrificio a la verdadera poesía. Sacrificio
que, al ser consumado, ha prestado además a los poemas el enorme servicio de
hacerlos compatibles con la lectura, que permite a la vez una asimilación mucho
más rápida y una difusión incomparablemente mayor.
La poesía está, pues, emancipada, pero no existe divorcio alguno entre esta arte agradable al espíritu y la música.
En efecto, para cualquier hombre capacitado para gozar de la música de
manera distinta y más íntimamente que por medio del oído, ésta es adormecedora al
mismo tiempo que alimento del dolor, compañera indulgente de la esperanza,
forjadora de ensueños, pero es sobre todo, por su destino, evocadora y
confidente del más elevado suspiro del hombre, de su íntima llamada a su divino
principio, a la Causa primera y suprema, que él no puede resignarse a creer
indiferente ni sorda, pues ella misma es la que hizo el corazón y el oído, su
comunión maravillosa y todo aquello que constituye su encanto.
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