martes, 9 de febrero de 2016


LA PATRIA.
JOSÉ  INGENIEROS

Los países son expresiones geográficas y los estados son formas de equilibrio político. Una patria es mucho más y es otra cosa: sincronismo de espíritus y de corazones, temple uniforme para el esfuerzo y homogénea disposición para el sacrificio, simultaneidad en la aspiración de la grandeza, en el pudor de la humillación y en el deseo de la gloria.
Cuando falta esa comunidad de esperanzas no hay patria, no puede haberla: hay que tener ensueños comunes, anhelar juntos grandes cosas, y sentirse decididos a realizarlas, con la seguridad de que al marchar todos en pos de un ideal, ninguno se quedará en mitad del camino contando sus talegas.
La Patria está implícita en la solidaridad sentimental de una raza y no en la confabulación de politiquistas que medran a su sombra.
No basta acumular riquezas para crear una patria, Cartago no lo fue. Era una empresa.  Las áureas minas, las industrias afiebradas y las lluvias generosas hacen de cualquier país un rico emporio: se necesitan ideales de cultura para que en él haya una patria.
Se rebaja el valor de este concepto cuando se lo aplica a países que carecen de unidad moral, más parecidos a factorías de logreros autóctonos o exóticos  que a legiones de soñadores cuyo ideal parezca un arco tendido hacia un objetivo de dignificación común.
La patria tiene intermitencias: su unidad moral desaparece en ciertas épocas de rebajamiento, cuando se eclipsa todo afán de cultura y se enseñorean viles apetitos de mandos y de enriquecimientos. Y el remedio contra esas crisis de chatura no está en el fetichismo del pasado, sino en la siembra del porvenir, concurriendo a crear un nuevo ambiente moral propicio a toda culminación de la virtud del ingenio y del carácter.
Cuando no hay patria no puede haber sentimiento de nacionalidad-inconfundible con la mentira patriótica explotada en todos los países por los mercaderes y los militaristas.
Solo es posible en la medida en que marca el ritmo unísono de los corazones para un noble perfeccionamiento y nunca para una innoble agresividad que hiera el mismo sentimiento de otras nacionalidades.
(…)
El patriotismo debe ser emulación colectiva para que la propia nación ascienda a las virtudes de que dan ejemplo otras mejores; nunca debe ser envidia colectiva que haga sufrir de la ajena superioridad y mueva a desear el alejamiento de los otros al propio nivel.
Mientras un país no es patria, sus habitantes no constituyen una nación. El celo de la nacionalidad solo existe en los que se sienten acomunados para perseguir el mismo ideal. Por eso es más hondo y más pujante en las mentes conspicuas; las naciones más homogéneas son las que cuentan hombres capaces de sentirlo.
La exigua capacidad de ideales impide a los espíritus bastos ver en el patrimonio un alto  ideal: los tránsfugas de la moral, ajenos a la sociedad en que viven, no pueden concebirlo; los esclavos y los siervos tienen, apenas, un país natal. Solo el hombre digno y libre puede tener una patria.
Puede tenerla, no la tiene siempre, pues tiempos hay en que solo existe en la imaginación de pocos, uno, diez, acaso algún centenar de elegidos.

Ella está entonces en ese punto ideal donde converge la aspiración de los mejores, de cuantos la sienten sin medrar de oficio a horcajadas de la política.
En esos pocos está la nacionalidad y vibra en ellos; manteniéndose ajenos a su afán los millones de habitantes que comen y lucran en el país.
El sentimiento enaltecedor nace en muchos soñadores jóvenes, pero permanece rudimentario o se distrae en la apetencia común; en pocos elegidos llega a ser dominante, anteponiéndose a pequeñas tentaciones de piara o de cofradía.                                          
Cuando los intereses venales  se sobreponen al ideal de los espíritus cultos, que constituyen el alma de una nación, el sentimiento nacional degenera y se corrompe, la patria es explotada como una industria.
Cuando se vive hartando groseros apetitos   y nadie piensa que en el canto de un poeta o la reflexión de un filósofo puede estar una partícula de la gloria común, la nación se abisma. Los ciudadanos vuelven  a la condición de habitantes y la patria a la de país.
Esto ocurre periódicamente, como si la nación necesitará parpadear en su mirada hacia el porvenir. Todo se tuerce y abaja: desapareciendo la molicie individual  en la común, diríase que en la culpa colectiva se esfuma la responsabilidad de cada uno.
(..)
Cuando las miserias morales azotan un país, culpa es de todos los que por falta de cultura y de ideal no han sabido amarlo como patria, de todos los que vivieron de ella sin trabajar para ella.